Mauro Vallejo: TODO COMIENZA POR UNA INTERRUPCIÓN
Del 11 de Enero al 22 de Febrero de 2013
En Todo comienza por una interrupción (1), el artista Mauro Vallejo (Madrid, 1981) reúne una selección de obras que muestran su interés sobre la existencia y la mortalidad, la caducidad de los materiales y la revitalización de éstos al ser convertidos en obras de arte. Tomando las palabras del poeta francés Paul Valéry como título de la muestra, el artista evoca el sentido del gran azar en el ciclo de la vida, explora los cambios e “interruptores” que llevan finalmente a definir la existencia, y nos invita a ver diversas metáforas plásticas de estos cambios de estado.
Mauro actúa como un mediador entre las imágenes, dejando que ellas mismas se presenten, interviniéndolas juiciosamente sólo cuando intuye la necesidad de hacerlo; ya sea reconociendo el poder de un sencillo acercamiento o mediante su agrupación desde la que surgen nuevas narrativas. Sus procesos se basan principalmente en la apropiación, recontextualización y modificación de imágenes de diversos materiales de archivo –periódicos, revistas, fotografías– utilizándolas para explorar ideas conceptuales.
Aunque de alguna manera todas las piezas de la exposición reflexionan sobre la muerte en sus diferentes formas, dos obras lo hacen especialmente al partir de la célebre y significativa frase “Memento homo, quia pulvis es, et in pulverem revertis” (Recuerda hombre que polvo eres, y al polvo volverás), tomada del Génesis 3:19, una cita que siempre le ha impactado al artista por su carga visual.
La primera de ellas es Partículas en suspensión (2010-2011), donde vemos una serie de 11 dibujos realizados sobre esquelas de defunción de varios periódicos. Las imágenes que emergen entre los nombres de los fallecidos son masas oscuras, nubes de humo y polvo. Los dibujos parecen fotografías captando un momento de implosión, cuerpo y alma evaporándose en la atmósfera, extendiéndose sobre el espacio recién desocupado por la muerte. Lo simbólico y lo físico se unen en la representación dado que estos cuerpos de ceniza crecientes están realizados en gran parte con polvo de grafito. Además, el utilizar papel de periódico como soporte (un material efímero e
inestable), ayuda a subrayar la idea de fragilidad. El propio cuerpo de la obra, con el tiempo, sufrirá cambios al igual que lo hace la piel y el ser humano.
La segunda, Envase al vacío (0,37 gr de existencialismo) (2012), se apoya en esa misma cita, intentando encarnarla de otra manera. La primera parte de la frase, Memento homo quia pulvis es, se lee –dibujada difusamente, las letras parecen esfumarse– sobre una bolsa de papel para aspiradora rellena de polvo doméstico que fue recogido por un tiempo determinado por el artista en su propio estudio. La intención aquí es llenar el “cuerpo” de la bolsa con las células muertas de piel humana por la cual dicen que está compuesto, en su gran mayoría, el polvo. La bolsa se muestra cerrada. Su función, su ciclo vital, ha terminado, está “muerta”. Ahora sólo espera a ser desechada. En palabras de Mauro, “Al mirarla nos miramos a nosotros mismos, miramos al pasado, al presente, y al futuro, al tiempo en definitiva. Es un recordatorio existencial porque su visión revela una verdad que no por sabida deja de ser certera: por dentro nos consumimos, por fuera nos deshacemos.” La futilidad del ejercicio en recoger el mismo material que el propio cuerpo suelta para luego descartarlo, desvela su ciclo, tanto como el nuestro, “nos deshacemos granito a
granito certificando nuestra inexorable caducidad. Contenedor y contenido se funden en una doble idea paradójica.”
(1)Valéry, Paul. Oeuvres, vol. 2, ed. Jean Hytier. París: Pleiade, 1960.
La obra Helga Sommerfeld en cuatro viejos papeles (2011) toma cuatro retratos fotográficos de Helga Sommerfeld, una actriz alemana. Las imágenes muestran primeros planos de su cara en diferentes papeles de su carrera. Las fotos fueron encontradas en una revista del año 1960 y manipuladas manualmente por el artista, que creó una serie de arrugas únicamente en el área del rostro, dejando el resto de la superficie intacto. Esta intervención hace que la cara de Helga parezca envejecida. Partiendo de la biografía de la actriz, que a pesar de haber tenido una
carrera extensa con numerosas actuaciones de teatro y largometrajes murió con tan sólo 50 años, el artista procura establecer conexiones entre los tiempos, entre lo real y lo ficticio, tal y como hace el arte del cine y, con esta ilusión óptica, trata de alargar la vida de Helga. El efecto es extraño, aquí la manipulación visible y a la vez cuidadosamente discreta, muestra el tacto y sensibilidad del trabajo de Mauro, creando un “conflicto visual” que nos deja contemplar las posibilidades de esta realidad alternativa.
Fundido a blanco y Fundido a negro (ambos 2012) son dos trabajos distintos unidos bajo el mismo concepto. También dos maneras características de cómo el artista interactúa con las imágenes. Consisten en dos anuncios publicitarios que provienen de los años 60 y 70, y a los que obviamente, el paso del tiempo ha alejado de su contexto original. Al revisitarlos encontramos que, a parte de la estética anticuada y la condición degradada de las imágenes, el mensaje ha perdido su significado primigenio, y en este nuevo contexto representan justamente lo contrario de lo que anteriormente prometían.
En su acción, Fundido a blanco cumple lo que el mensaje de la publicidad que anuncia garantiza: devolver su blancura a los tejidos delicados que amarillean, para ello el anuncio (amarilleado por el tiempo) es fotocopiado en color forzando su pérdida de opacidad en veinte pasos progresivos. De esta forma vemos cómo el anuncio desaparece gradualmente, cediendo ante el color blanco (nuclear) de la propia hoja.
Opuestamente, la publicidad de Fundido a negro se muestra tal cual es, sin ninguna alteración y se coloca en una pared de una pequeña habitación al fondo de la galería, que normalmente se utiliza como sala de vídeo y donde se sitúa permanentemente una pantalla grande de televisión. Para esta instalación el monitor permanece en su sitio premeditadamente apagado. Al situar el anuncio de una pantalla negra de “otros tiempos” al lado de una pantalla moderna, aparece la idea de la obsolescencia, la traición del tiempo, y sobre todo, el sentido del humor del artista.
Las dos obras funcionan como una bisagra, estrechamente unidas, cada una representa lo opuesto de la otra y, aunque pueden existir de forma autónoma, la ironía se fortalece en su relación simbiótica. Pero la principal motivación en este trabajo es el desvanecimiento de las cosas, el fin que conlleva todo objeto, visualizada por los conocidos recursos cinematográficos de fundir la última escena a la nada.
La muestra se complementa con un trabajo elocuente y adecuadamente llamado Fin (2011). Es un fotograbado con la imagen de una leve nube de humo en plena explosión. Dibujada en borrosos rasgos, su forma es casi imperceptible. La sorpresa viene al acercarse a la pieza, donde se puede ver (mediante la incisión de la luz sesgada) el relieve de la palabra FIN gofrado sobre el centro de la nube. Alejándose de nuevo, las letras desaparecen en el espacio vacío, fundiéndose a blanco.
Iciar Sagarminaga
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PIEZAS DE LA EXPOSICIÓN:
